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Apenas después de celebrar la Navidad, la Iglesia concluye la octava de Navidad honrando a María bajo su mayor título, Madre de Dios. Sobre el hecho de su Maternidad divina dependen todas las dignidades y prerrogativas que tiene. Fue en el año 431, durante el Concilio de Éfeso, cuando se declaró a María como Madre de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 495, nos enseña:
Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús", María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes del nacimiento de su Hijo. En efecto, aquél que Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios.