18 oct 2020

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Este domingo la pieza fundamental de la palabra de Dios es la discusión sobre el tributo al César entre Jesús y sus enemigos, quienes le tienden una trampa para provocar que cometa un desliz y así, o bien enfrentarlo con la gente (si decía que había que pagar impuesto a Roma), o bien denunciarlo a las autoridades romanas, si lo negaba.

Recordemos que, en tiempos de Jesús, Israel es un territorio ocupado por los romanos, y el tributo que los judíos tenían que pagar a Roma en moneda romana era una forma práctica de sometimiento al César. Los judíos estaban divididos entre los colaboracionistas (los saduceos), los rebeldes (los zelotas), y los que, muy a su pesar, aceptaban la situación de hecho. Pues, al reconocer el curso legal de la moneda romana (el denario), acuñada con la efigie del César (lo cual entraba en contradicción con el férreo monoteísmo judío), y usarla en la vida diaria, es que admitían entrar en el sistema económico y debían aceptar sus consecuencias.

Los enemigos mortales de Jesús (los fariseos y los herodianos) encuentran una ocasión para ponerlo en un aprieto. Se presentan en actitud conciliadora, y, bajo palabras suaves, esconden su maldad. Los enemigos de Jesús intentan conducirlo al terreno peligroso de la vertiente económica de la política, donde se jugaba la lealtad y sumisión al poder imperial.

Pero Jesús los conocía y los desenmascara poniendo de manifiesto su hipocresía, pues, por un lado, pretenden enfrentar al Maestro con el poder de Roma, en el caso de que niegue la legitimidad del impuesto; mientras, por otro, dan curso legal a la moneda del impuesto que llevaba la efigie del emperador Tiberio, señal de pertenencia al emperador como símbolo de su poder y autoridad.

Jesús actúa con astucia pidiéndoles que le muestren la moneda del impuesto, que era la que llevaba la efigie del César. Emplea un juego de palabras por medio del cual les hace decir en público lo que en modo alguno hubieran dicho reflexivamente. A la pregunta de Jesús: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?», ellos querían responder que la figura y la inscripción eran del César; pero la pregunta y la respuesta están hechas, de tal modo, que lo que se entiende de la respuesta es que es la moneda lo que es del César. De ahí que sirven en bandeja a Jesús una salida airosa, que deja abochornados a sus enemigos, pues ellos mismos terminan confesando que es legítimo dar al César lo que es del César; o sea, pagar el impuesto. Jesús viene a decir a sus adversarios que “puesto que aceptan prácticamente los beneficios y la autoridad del poder romano, del que esa moneda es el símbolo, pueden, e incluso, deben rendirle el homenaje de su obediencia y de sus bienes, sin perjuicio de lo que, por otro lado, deben a la autoridad superior de Dios”.

Jesús, no sólo sale airoso de la contienda, sino que eleva el planteamiento de la disputa cuerpo a cuerpo, a categoría religiosa: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Ya que Dios está por encima de todos los poderes de la tierra (la tierra se la ha dejado a los hombres); ahora bien, el hombre es imagen de Dios y, por tanto, ha de entregarse enteramente a Él.

15 oct 2020

SANTA TERESA DE JESÚS

Vivo sin vivir en mí.
Vivo ya fuera de mí después que muero de amor, porque vivo en el Señor que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di, puso en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros, esta cárcel,
estos hierros en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué vida tan amarga do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor, no es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir me asegura mí esperanza;
muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Estando ausente de ti, ¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer la mayor que nunca vi?
Lástima tengo de mí, por ser mi mal tan entero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte: Vida no me seas molesta;
mira que sólo te resta, para ganarte, perderte;
venga ya la dulce muerte, venga el morir muy ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera, no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida ¿qué puedo yo darle a mi Dios, que vive en mí
si no es perderte a ti, para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle, pues a Él sólo es el que quiero,
que muero porque no muero.

12 oct 2020

NUESTRA SEÑORA DEL PILAR

Según documentos del siglo XIII, el Apóstol Santiago, el Mayor, hermano de San Juan, viajó a España a predicar el evangelio (año 40 d.C.), y una noche la Virgen María se le apareció en un pilar.

La tradición nos cuenta que Santiago había llegado a Aragón, donde está situada la ciudad de Zaragoza y, una noche, estando en profunda oración junto a sus discípulos a orillas del río Ebro, la Santísima Virgen María se manifestó sobre un pilar acompañada por un coro de ángeles. Lo esencial de esta situación -es lo que la hace única- es que, para ese entonces, Nuestra Reina del Cielo aún se encontraba en vida mortal viviendo en Palestina y se presenta en Hispania; por ello es que, a este fenómeno sobrenatural, se lo califica como traslación o bilocación. Fenómeno que el cristianismo ha dado en llamar: La Venida de la Virgen María.

La Virgen le habló al Apóstol pidiéndole que se le edificase ahí una iglesia con el altar en derredor al pilar y expresó: "Este sitio permanecerá hasta el fin del mundo para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que imploren mi ayuda".

El lugar ha sobrevivido a invasiones de diferentes pueblos y a la Guerra Civil española de 1936-1939, cuando tres bombas cayeron sobre el templo y no estallaron. 

Luego de la aparición, Santiago junto a sus discípulos comenzaron a construir una capilla en donde se encontraba la columna, dándole el nombre de "Santa María del Pilar". Este fue el primer templo del mundo dedicado a la Virgen. Después de predicar en España, Santiago regresó a Jerusalén. Fue ejecutado por Herodes Agripas alrededor del año 44 d.C. siendo el primer apóstol mártir; tras el suceso sus discípulos tomaron su cuerpo y lo llevaron a España para su entierro. Siglos después el lugar fue encontrado y llamado Compostela (campo estrellado).

11 oct 2020

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Comienza el evangelio de San Mateo comparando el reino de los cielos con un banquete de bodas organizado por Dios. La boda es sinónimo de alegría y de felicidad. Dios nos quiere felices y nos invita a compartir su vida, su mesa y su alegría. ¿Nos habremos enterado de lo que significa ser cristiano? Seguir a Jesús es la gran oportunidad de hacer de la vida una fiesta de amor y fraternidad.

Esta parábola resume, en forma de historia, la relación de Dios con el pueblo judío y con la Iglesia. En principio, la parábola está dirigida al pueblo de Israel, el pueblo de la Promesa y de la Alianza, pero el pueblo judío rechazó la invitación asesinando a los profetas y al mismo hijo del Rey, al Mesías. 

De todos modos, habrá fiesta, Dios la tiene preparada y no tira la toalla. Saldrán a buscar nuevos invitados, hasta los cruces del camino, buenos y malosLos malos y buenos reflejan a la Iglesia del tiempo de Mateo, formada por judeocristianos, a la que comenzaban a incorporarse muchos paganosEsto creaba conflictos y dificultades dentro de la comunidad. A los nuevos invitados, los judeocristianos los suponían alejados de Dios, gente pecadora, personas de mala vida, marginada; pero, sin embargo, aceptaron la invitación y acogieron el mensaje de salvación.

Hoy la invitación nos llega a nosotros, buenos y malos. Dios no permite que ni los intereses personales, ni los rechazos, ni los asesinatos se conviertan en impedimentos festivos: la boda está preparada y hay que celebrarla. Dios quiere compartir su alegría con nosotros. La misericordia de Dios la podemos experimentar si aceptamos su invitación. Participar en el banquete de bodas del Hijo de Dios es lo más importante de nuestra vida, lo único esencial. De nosotros depende aceptar la invitación. Dios respetará nuestra decisión. Rehusar la invitación viene a ser lo mismo que preferir lo secundario, lo transitorio a lo único que nos es esencial.

Ante la invitación, nos dice el texto evangélico que los convidados comenzaron a excusarse, unos tenían que atender a sus negocios y los otros debían ir al campo. ¿Nos suena esto?: "tenemos que visitar a un amigo, necesitamos tomar un día de descanso, se nos ofrece una oportunidad de visitar una ciudad…". Tenemos tantas cosas que hacer que, frecuentemente, no tenemos tiempo para disfrutar con Dios, no tenemos el tiempo que Él nos reclama. A menudo, ponemos el corazón en cosas que perecen desoyendo la invitación de Dios. 

Ser invitados a la boda del hijo de rey confiere gran honor, pero no basta con entrar en la fiesta, pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa; se requiere llevar su traje de bodas, se requiere una actitud, una conversión y una actitud de fe coherentes con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras y una justicia mayor que la de los fariseos. En las bodas se le da mucha importancia al vestido. Es necesario e indispensable entrar con el ajuar apropiado al gran banquete que Cristo nos invita, este ajuar es la vida de gracia.

Esta invitación nos llama a experimentar la íntima unión con Cristo, fuente de alegría y de santidad. Es una invitación que nos alegra y empuja hacia un examen de conciencia iluminado por la fe. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía no fue el ayuno sino el comer y beber, lo más propio de toda fiesta. Acerquémonos a la Eucaristía como invitados que sí quieren asistir a la boda del Señor, conscientes de que la vida es una gran invitación a la fiesta de Dios. Que nuestro horizonte no sea la amargura ni la tristeza, sino la alegría y la esperanza.

V. M., OSA