Virgen Inmaculada de Alcornocal |
Una vez que se pusieron manos a la obra tuvieron que definir entre todos “aquel misterio” tan extraordinario que guardaba el tejido: estaba resplandeciente como en el momento de su confección, limpio como en sus primeros días, sin fisuras y perfecto en sus trazados, colores y líneas.
Después de muchas disquisiciones, todos y por unanimidad, llegaron a la conclusión que la construcción del bordado debido a su calidad y a su oro, inexplicablemente, había resistido al paso de los siglos: era algo sencillamente extraordinario, tan único en su género que hubiera parecido ser tejido y bordado por las manos del mismo Dios.
En la fiesta de la Inmaculada Concepción, María es ese bordado que escapa a toda racionalidad humana. Antes y después sigue siendo una criatura limpia porque, el mismo Dios, la dejó y la quiso intacta, resplandeciente, pura y bella.
María, en su Inmaculada Concepción, es aquella mujer privilegiada cuyo “SI” en Nazaret sigue resonando con emoción e intensidad: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 2).
María es aquella joya, que lejos de ser analizada por la ciencia (que todo lo racionaliza, enfría y hasta frivoliza) se nos presenta abierta en cuerpo y alma a lo que siempre es un posible para Dios: “Has encontrado Gracia ante Él”.
María es aquella que escucha y atiende, oye y practica dejando que gima en su interior el rostro humanado de Dios.
María es aquella seda enriquecida por mano divina que tira, y nunca se rompe, hacia el espíritu auténtico de la navidad. Nos empuja hacia ese Jesús que se hará presente en la noche más dichosa y esperada del año.
María es aquel bordado, pensado y meditado por Dios desde hace muchos siglos, en cuyo bastidor aparece desde el principio, y para que no exista confusión, las iniciales de JESÚS HOMBRE Y SALVADOR.
María es aquel resultado final donde resplandece y se hace realidad el anuncio del ángel: Dios se hace hombre en el seno virginal de una nazarena.
María es la sencillez encarnada. Ha sido y lo sigue siendo, el clamor popular junto con los impulsos del corazón creyente, quien nos hace proclamar a los cuatro vientos que no hay nada ni nadie parecido a esta mujer que, aún viviendo un tiempo en la tierra, sigue brillando y destellando en lo más alto del cielo.
María, en su pureza, pone al descubierto esas otras coordenadas desdibujadas de corrupción y de desencanto, de lodos y de hipocresías, de soberbias y de humillaciones, de muertes y de esclavitudes que nos rodean y nos confunden. Precisamente, por esto último, hay una parte del mundo que vivirá al margen de esta celebración mariana: no le interesa interpelarse sobre tanta zafiedad en la que le gusta nadar, legislar, presumir e incluso pavonearse.
Todos hemos sido testigos en varias ocasiones cómo los atletas de natación, antes de zambullirse en el agua, cogen fuerza e impulso en un trampolín. María, en este tiempo de adviento se convierte en trampolín donde Dios se hizo hombre como nosotros. Donde el hombre coge tensión y altura para llegar a Dios. Donde Cristo se reviste de nuestra humanidad para bajar hasta el mismo hondón donde nos encontramos.
¡Bendita la Navidad que llega! La necesitamos para calmar aguas, oleajes o aquellas tormentas que nos impiden vivir con la misma tesitura, transparencia y con misma felicidad con que lo hizo María.
Adviento: es vivir, con la Madre, la llegada del Hijo."
Javier Leoz