Asimismo, se profundiza
en la fe, virtud teologal infundida por Dios en nuestra alma el día de
nuestro bautismo, pero como semilla, la cual hay que hacer crecer con nuestro
esfuerzo, oración, sacrificio.
¿Cómo vivió María esta fe? En la sencillez de las
miles ocupaciones y preocupaciones cotidianas de todas las madres, como proveer
la comida, el vestido, la atención de la casa… En esta existencia normal de la
Virgen fue el terreno donde se desenvolvió una relación singular y un diálogo
profundo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo. El “sí” de María, ya
perfecto desde el principio, creció hasta llegar a la hora de la Cruz. Allí su
maternidad se amplió abrazándonos a cada uno de nosotros, nuestra vida, para
guiarnos hacia su Hijo. María vivió siempre inmersa en el misterio de Dios
hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando todas las cosas
en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica
toda la voluntad de Dios.


Preguntémonos: ¿nos dejamos iluminar por la fe de
María nuestra Madre? O bien ¿consideramos que es una cosa lejana, muy distinta
de nosotros? En los momentos de dificultad, de prueba, de oscuridad, ¿la
consideramos como modelo de confianza en Dios, que quiere nuestro bien?"
ORACIÓN:
Piadosa Madre del Carmelo, protectora de todos
los que sufren y de quienes se purifican para participar en el gozo celestial, escucha
nuestras oraciones.Te encomendamos a nuestros hermanos ya
fallecidos y a todas las benditas almas del purgatorio. Intercede ante tu
Hijo Jesucristo, nuestro salvador, para que sea con ellos juez misericordioso y
les perdone las culpas que en su fragilidad cometieron. Vela por quienes seguimos
en este mundo y concédenos la gracia de amarte y honrarte para siempre, para
que Tú nos guíes a tu Hijo y con Él participemos de la gloria eterna. Amén