El próximo miércoles, 15 de agosto, es la solemnidad de la Asunción de la Virgen María; fiesta a la que se unen diferentes advocaciones como es la de la Virgen de la Piedad, en Navalcuervo. Son días que la comunidad parroquial prepara con esmero y en los que demuestra su amor filial a la Virgen María.
La Asunción de María es la última enseñanza definida por la Iglesia sobre la Virgen. Nos situamos en el contexto previo al Concilio Vaticano II, cuando Pío XII, en 1950, declaró que nuestra Madre participaba ya, en cuerpo y alma, de la gloria de su Hijo. Es ésta una época donde se abunda en los privilegios marianos, motivo por el cual se podían malinterpretar. El Concilio, convocado por san Juan XXIII, resitúa estos dones del Señor a María en su verdadero contexto: la misión salvadora de Jesús. De ahí que hable de la Virgen como signo de esperanza cierta, clave para poder entender hoy el significado de la Asunción en la vida del creyente.
El cristiano, a veces, puede vivir su fe en dos planos separados, celebrando con mucha devoción una fiesta litúrgica tan arraigada en nuestra cultura como es ésta y, sin embargo, vaciándola de todo significado para su vida y quehacer cotidiano. Ante ello, Alberto Ruiz, profesor de Mariología y religioso oblato de María Inmaculada, lo tiene claro: hay que retomar la clave conciliar: «Si nuestra Madre es signo de esperanza cierta nos recuerda algo esencial de nuestra fe: la espiritualidad del cuerpo. La Resurrección y la Encarnación incluyen la carne del Señor. Nuestro cuerpo tiene dignidad. Con él amamos, acogemos, perdonamos, rezamos... él es parte de nuestra historia personal y es imposible entendernos sin él. ¿Por qué entonces atribuirle todo lo malo, las tentaciones, lo pecaminoso? La Asunción nos recuerda lo que solemos olvidar: nuestro cuerpo también participará del cielo, no sólo nuestro alma. Por eso, ya desde ahora, debe ser signo de salvación y de misericordia».