¡Quién pudiera
explicar lo que pasa en los cielos y en la tierra en el momento solemne en que
el nuevo sacerdote, después de pronunciar con labios trémulos las palabras de
la Consagración, levanta en sus manos, temblando de pavor, de amor y de
respeto, a Jesucristo! Dios Padre, conmovido a la vista de Aquél en quien se
complace y que se interpone una vez más como medianero entre Él y el mundo,
detiene el brazo de su Justicia y derrama a manos llenas sobre la tierra sus
bendiciones. El Corazón de María Inmaculada se inunda de gozo al contemplarle,
y los ángeles, pasmándose de asombro, rodean el altar y adoran en la tierra,
mezclándose con los hombres, al que adoran eternamente en el cielo, mientras
crujen y retiemblan en sus quicios las puertas de las horribles mansiones de
los réprobos.
¡Qué puras, qué
inmaculadas, qué santas deben ser las manos del sacerdote, aquellas manos que
tocan al que es la Pureza misma y sostienen al que sostiene a la creación con
su palabra! ¡Qué pura aquella boca que le recibe, y aquel pecho que le guarda!
¡Qué torrentes de luces y de gracias recibirá aquel corazón en aquella primera
misa, para que luego las derrame sobre el mundo! ¡Qué ardiente caridad, qué
felicidad purísima inundará en aquellos instantes el alma del nuevo Sacerdote!
Y esa nueva misa
ha de repetirse muchas y muchas veces sobre la tierra, dando gloria al Señor,
alivio al purgatorio, santos al cielo y paz a los hombres de buena voluntad.
¡Quién puede comprender los beneficios que recibe el mundo por una sola misa
que se celebre, y los poderosos auxilios de que priva por una sola que deje de
celebrarse!"
David celebró
ayer, día 4 de julio, su primera misa solemne de acción de gracias en la
parroquia que lo ha visto nacer y crecer en la fe, acompañado de los
sacerdotes, de familiares y amigos que llenaron la iglesia de Santa Bárbara y
la plaza de Ojuelos Altos, donde se instaló una gran pantalla para retransmitir
en directo a las decenas de personas que hubieron de seguir la ceremonia desde
las butacas colocadas a tal fin.
¡Cuánta emoción
contenida y qué orgullosos todos los allí presentes de que Dios, nuestro Señor,
nos haya bendecido con este nuevo sacerdote!