Flor
del Carmelo.
Madre
y Guía en el camino de la santidad
Dios es gratuito en su elección. Elige por amor. Su llegada siempre suena a nueva, a inesperada. Sólo los humildes la perciben. María tiene un corazón humilde que no presume de nada, sencillo, limpio, pobre. Sin saberlo, está preparada para el asombro que supone toda visita de Dios.
En la actuación de Dios siempre hay algo sorprendente: mira a los pobres, los levanta del polvo y los llena de gracia. A María la adorna de las mejores virtudes, la viste con traje de gala y la envuelve en un manto de triunfo. María se alegra y canta porque Dios mira su pequeñez.
María, al saberse amada, se pone en camino para amar. Si no sabemos que recibimos amor, no nos despertamos a amar. La salvación del Señor la inunda de profunda alegría y la empuja a ir por la vida con un gozoso agradecimiento, dejando todo lo que toca vestido de novedad y belleza.
El bautismo, como experiencia de la gracia, nos pone a nosotros en camino. El Señor nos llama amándonos. Y no vamos solos por el camino; junto a nosotros van miles de hermanos que, orientados por el Espíritu, buscan fuentes para su sed. “En este camino nos acompaña la Virgen María, Estrella de la evangelización.” (Juan Pablo II).
La Virgen María bajo la advocación del Carmelo nos recuerda que esta Madre bendita nos acompaña por los caminos del mundo y nos ayuda a ver reflejada en ella la hermosura de Dios.