Llamamos Cuaresma al período de cuarenta días
reservado a la preparación de la Pascua. “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran
Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (n. 540).
El espíritu de la Cuaresma, debe
ser como un retiro colectivo de cuarenta días. La Iglesia persiste en
invitarnos - ejemplo de Cristo en su retiro al desierto - a
hacer de este tiempo como un retiro espiritual en el que el esfuerzo de
meditación y de oración debe estar sostenido por un esfuerzo de mortificación
personal cuya medida, a partir de este mínimo, es dejada a la libertad
generosidad de cada uno.
Si se vive bien la Cuaresma, deberá lograrse una auténtica y profunda CONVERSIÓN personal, preparándonos, de este modo, para la fiesta más grande del año: el Domingo de la Resurrección del Señor.
Convertirse es reconciliarse con Dios, apartarse del
mal, para establecer la amistad con el Creador. Supone e incluye dejar el arrepentimiento y la
confesión de todos y cada uno de nuestros pecados. Una vez en gracia, hemos de proponernos
cambiar desde dentro (en actitudes) todo aquello que no agrada a Dios.
Maneras de concretar nuestro deseo de conversión son,
por ejemplo:
- Acudir al Sacramento de la Reconciliación
(Sacramento de la Penitencia o Confesión) y hacer una buena confesión:
clara, concisa, concreta y completa.
- Superar las divisiones, perdonando y crecer en
espíritu fraterno.
- Practicar Obras de Misericordia.
Los católicos hemos de cumplir, salvo excepciones como
la edad o enfermedad, con el precepto del ayuno y abstinencia, así como con el
de la Confesión y Comunión anual.