
El espíritu de la Cuaresma, debe
ser como un retiro colectivo de cuarenta días. La Iglesia persiste en
invitarnos - ejemplo de Cristo en su retiro al desierto - a
hacer de este tiempo como un retiro espiritual en el que el esfuerzo de
meditación y de oración debe estar sostenido por un esfuerzo de mortificación
personal cuya medida, a partir de este mínimo, es dejada a la libertad
generosidad de cada uno.
Si se vive bien la Cuaresma, deberá lograrse una auténtica y profunda CONVERSIÓN personal, preparándonos, de este modo, para la fiesta más grande del año: el Domingo de la Resurrección del Señor.
Convertirse es reconciliarse con Dios, apartarse del
mal, para establecer la amistad con el Creador. Supone e incluye dejar el arrepentimiento y la
confesión de todos y cada uno de nuestros pecados. Una vez en gracia, hemos de proponernos
cambiar desde dentro (en actitudes) todo aquello que no agrada a Dios.
Maneras de concretar nuestro deseo de conversión son,
por ejemplo:
- Acudir al Sacramento de la Reconciliación
(Sacramento de la Penitencia o Confesión) y hacer una buena confesión:
clara, concisa, concreta y completa.
- Superar las divisiones, perdonando y crecer en
espíritu fraterno.
- Practicar Obras de Misericordia.
Los católicos hemos de cumplir, salvo excepciones como
la edad o enfermedad, con el precepto del ayuno y abstinencia, así como con el
de la Confesión y Comunión anual.