Aunque la costumbre de orar por los difuntos y celebrar misa por ellos es tan antigua como la Iglesia, la fiesta litúrgica por los difuntos se remonta al 2 de noviembre del año 998, cuando fue instituida por San Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny en el sur de Francia.
En el siglo XIV, Roma adoptó esta práctica. La fiesta fue, de manera gradual, expandiéndose por toda la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II en un mensaje que envió al obispo Raymond Séguy, abad titular de Cluny el 12 de octubre del 1998, señala que en ese año se celebra también el centenario de la fundación de la Archiconfraternidad de Nuestra Señora de Cluny, encargada de rezar por las almas del purgatorio, y el XL aniversario de la publicación del boletín «Lumière et vie» (Luz y Vida), que promueve la oración por los difuntos.
Juan Pablo II recordó que «San Odilón deseó exhortar a sus monjes a rezar de modo especial por los difuntos. A partir del Abad de Cluny comenzó a extenderse la costumbre de interceder solemnemente por los difuntos, y llegó a convertirse en lo que San Odilón llamó la Fiesta de los Muertos, práctica todavía hoy en vigor en la Iglesia universal».
Juan Pablo II recordó que «San Odilón deseó exhortar a sus monjes a rezar de modo especial por los difuntos. A partir del Abad de Cluny comenzó a extenderse la costumbre de interceder solemnemente por los difuntos, y llegó a convertirse en lo que San Odilón llamó la Fiesta de los Muertos, práctica todavía hoy en vigor en la Iglesia universal».