Hoy, las aldeas que
compartimos de párroco a don Matías, hemos celebrado en Ojuelos Altos la fiesta
de la Virgen de Fátima, recordando las apariciones de la Virgen María a los tres
pequeños pastores: Lucía, Francisco y Jacinta.
Pío XII advirtió que el
gran pecado de la modernidad es la pérdida del sentido del pecado. El mundo ha
sufrido recientemente las peores guerras de toda la historia de la humanidad:
nunca se había matado y maltratado a tanta gente en este mundo como en el siglo
XX. Pero Dios es misericordioso, Padre de bondad que no nos abandona, aunque
los hombres nos hayamos alejado mucho de su voluntad. Precisamente en este
siglo de los “horrores y holocaustos” (en expresión de san Juan Pablo
II), Dios ha querido consolar a la humanidad de diversas maneras. Una de ellas
ha sido a través de las apariciones de María Santísima.
A finales del siglo XIX
destaca Lourdes; a comienzos del XX, sobresalen las apariciones de Fátima. Los
hechos muestran unos paralelismos providenciales. Por un lado, los
interlocutores de la Virgen María han sido muy jóvenes —de condición sencilla,
incluso analfabetos—, pero dispuestos a hacer la voluntad del Padre del cielo:
a éstos Jesús los reconoce como «mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50).
En segundo lugar, el tema de la petición de María era la reparación por los
pecados de los hombres, la penitencia y la oración por los pecadores.
Por todo ello, hoy hemos rogado para que los hombres y mujeres de este mundo hagamos la voluntad del Padre del cielo y, así, lleguemos a ser más hermanos de Cristo, más hijos del Padre y más hermanos entre nosotros.
Por todo ello, hoy hemos rogado para que los hombres y mujeres de este mundo hagamos la voluntad del Padre del cielo y, así, lleguemos a ser más hermanos de Cristo, más hijos del Padre y más hermanos entre nosotros.
Tras la Eucaristía, hemos
recorrido en procesión algunas calles de la aldea. Al término de todo ello,
hemos tenido un piscolabis en el salón parroquial.