El
día de Todos los Santos, como dice su nombre, celebramos a todos aquellos
cristianos que ya gozan de la visión de Dios, que ya están en el cielo, hayan
sido o no declarados santos o beatos por la Iglesia.
Santo
es aquel cristiano que, concluida su existencia terrena, está ya en la
presencia de Dios y ha recibido –con palabras de San Pablo- “la
corona de la gloria que no se marchita”.
Los
santos son siempre reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Son modelos
para la vida de los cristianos e intercesores; por ello, a los santos se les
pide su ayuda e intercesión. Son así dignos y merecedores de culto y
veneración.
Este
día incluye en su celebración y contenido a los santos populares y conocidos, cristianos
extraordinarios a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año. Pero,
sobre todo, es el día de los santos anónimos, muchos de ellos miembros de
nuestras familias, de lugares y comunidades conocidos.
Es
asimismo una oportunidad para recordar la llamada a la santidad presente en
todos los cristianos desde el bautismo. Ocasión para hacer realidad en nosotros
la llamada del Señor a que seamos perfectos -santos- como Dios, nuestro Padre
celestial, que es perfecto y santo; a que vivamos todos nuestra vocación a la
santidad según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio.
Y es que la santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el
destino de todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos
anónimos a quienes hoy celebramos.
La
santidad cristiana consiste en vivir y cumplir los mandamientos. “El
santo no es un ángel, es hombre en carne y hueso que sabe levantarse y volver a
caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más
bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha
cada día pues vive para amar”. (Canción de Cesáreo Gabaraín). La
santidad se gana, se logra, se consigue, con la ayuda de la gracia, en tierra,
en el quehacer y el compromiso de cada día, en el amor, en el servicio y en el
perdón cotidiano.
Por
último, el día de Todos los Santos nos habla de que la vida humana no termina
con la muerte, sino que abre a la luminosa vida de eternidad con Dios.