1 nov 2017

SOLEMNIDAD DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

El día de Todos los Santos, como dice su nombre, celebramos a todos aquellos cristianos que ya gozan de la visión de Dios, que ya están en el cielo, hayan sido o no declarados santos o beatos por la Iglesia.
Santo es aquel cristiano que, concluida su existencia terrena, está ya en la presencia de Dios y ha recibido –con palabras de San Pablo- “la corona de la gloria que no se marchita”.
Los santos son siempre reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Son modelos para la vida de los cristianos e intercesores; por ello, a los santos se les pide su ayuda e intercesión. Son así dignos y merecedores de culto y veneración.
Este día incluye en su celebración y contenido a los santos populares y conocidos, cristianos extraordinarios a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año. Pero, sobre todo, es el día de los santos anónimos, muchos de ellos miembros de nuestras familias, de lugares y comunidades conocidos.
Es asimismo una oportunidad para recordar la llamada a la santidad presente en todos los cristianos desde el bautismo. Ocasión para hacer realidad en nosotros la llamada del Señor a que seamos perfectos -santos- como Dios, nuestro Padre celestial, que es perfecto y santo; a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio. Y es que la santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes hoy celebramos.
La santidad cristiana consiste en vivir y cumplir los mandamientos. “El santo no es un ángel, es hombre en carne y hueso que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar”. (Canción de Cesáreo Gabaraín). La santidad se gana, se logra, se consigue, con la ayuda de la gracia, en tierra, en el quehacer y el compromiso de cada día, en el amor, en el servicio y en el perdón cotidiano.
Por último, el día de Todos los Santos nos habla de que la vida humana no termina con la muerte, sino que abre a la luminosa vida de eternidad con Dios.