<<Este último domingo del Año Litúrgico previo al inicio del Adviento, antes de la Navidad, celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. En un adelanto de la segunda venida de Jesús, el Evangelio del Juicio Final es el examen con el que Jesús juzgará a todos los pueblos y naciones.
El Reino de Cristo es distinto a los reinos de los hombres legitimados por herencia o por conquistas en guerras y anexiones. El Reino de Cristo es un reino eterno y universal: reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Un Reino que ya ha comenzado y va creciendo lentamente hasta que llegue el momento en que Cristo nos examine sobre cómo hemos respondido a su invitación a ser inquilinos de ese reino.
Jesús, con la majestuosidad y gloria del Hijo de Dios, reunirá a todos los pueblos de la tierra y pondrá las cartas sobre la mesa de su tribunal. No habrá tiempo para sobornos, disculpas, recomendaciones o privilegios: todos seremos iguales ante la Ley de Dios: la Ley del amor. El cuestionario propuesto por Jesús es bien concreto: “Tuve hambre, estaba sediento, fui inmigrante, estaba desnudo, enfermo o en la cárcel y me echasteis una mano”.
A la hora de responder todos se extrañarán y le dirán: “Señor, nunca te vimos pasar por nuestras calles o apostado en una esquina o en el atrio de la Iglesia, nunca te vimos desembarcar en una patera o recluido en la cárcel o en el hospital. No te conocemos”. Jesús les aclarará todas las dudas: “Cuanto hicisteis a uno de los hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis”. Y la sentencia será inapelable: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”; y a los que no le reconocieron en los pobres y necesitados les dirá: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles”. Ya no hay dudas sobre dónde encontrar a Cristo: está a la vuelta de cualquier esquina de nuestra vida. No nos quebremos la cabeza, allí está Él. El Papa Francisco nos dice: “El otro, el pobre y desvalido, es la carne de Cristo”.>>
D. Casto Ortega