Hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, el viernes inmediatamente anterior al Domingo de Ramos se celebraba la festividad de Nuestra Señora de los Dolores. Esta fiesta daba nombre al día que era conocido como “Viernes de Dolores”.
Tras la reforma, Nuestra Señora de los Dolores pasó a celebrarse el día 15 de septiembre, el día siguiente a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Pero en la mentalidad colectiva y en la piedad popular ha perdurado el llamar a este viernes así y dedicarlo, especialmente, a la Santísima Virgen.
En este día se contempla la figura de María en la Pasión, acompañando a Jesús en la distancia y sufriente al pie de la Cruz. Contemplamos a una Madre sin consuelo, pero que sigue confiando en Dios que, al pie de la Cruz, le da su “sí” al cumplimiento de la voluntad de Dios. El “sí” de la Anunciación; su “hágase”, requería el “sí” doloroso y amargo al pie de la Cruz. Era el cumplimiento de lo que le dijo el anciano Simeón al presentar al Señor en el Templo: “Y a ti una espada te atravesará el alma”.
Por mandato de su Hijo, al pie de la Cruz, se convirtió también en nuestra Madre. Fuimos engendrados en medio de lágrimas y de sufrimientos. María, como Madre nuestra, no deja nunca de acompañarnos en el camino de nuestra vida, y no deja tampoco de sufrir por sus hijos y con sus hijos. No es una madre insensible, es una madre dolorosa que está al lado de sus hijos en todo momento. Es la buena madre que nunca abandona.
FOTOS: Inma E.