El Hijo del hombre ha recibido el poder,
y su reino no tendrá fin.
Pero su reino no es de este mundo.
Ha venido a dar desde la cruz
testimonio de la verdad del amor de Dios.
Domingo 22 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey
Con la solemnidad de Cristo Rey, finaliza el año litúrgico, un tiempo en el que vivimos todas las etapas de la vida de Jesús, compartimos su enseñanza, meditamos en torno a su sacrifico, vivimos la gracia de su resurrección, y nos llenamos de su Espíritu Santo.
El año litúrgico es una pedagogía que
nos ofrece la Iglesia para que nosotros, los creyentes, santifiquemos el tiempo
conociendo los misterios del Señor, y profundizando cada día nuestra fe.
El final del año litúrgico nos permite contemplar a Cristo como rey del universo. La figura del rey viene de las tradiciones antiguas, de pueblos que fueron gobernados por reyes, con sus cortes, con súbditos.
Como celebración litúrgica fue
instituida por el Papa Pío XI en 1925, y se celebraba antes de la solemnidad de
Todos los Santos.
En 1970, para destacar la centralidad
de Cristo, la solemnidad pasó al último domingo del año y se le dio el título
de rey Universal. De modo que así se corona todo un año de celebraciones del
Señor que tiene que ser el centro de nuestras vidas.
Jesús, como rey, nos ha dado su vida para salvarnos de la muerte eterna, con su muerte de cruz ha perdonado nuestros pecados y nos ha dado la gracia. Pero también, como todo rey, nos exige fidelidad, nos exige exclusividad, que no tengamos otros reyes, que no tengamos otros dioses. Ese es el significado fundamental de la solemnidad de Cristo Rey, celebrar la centralidad de nuestro salvador en nuestras vidas.