«Setenta veces siete»: el perdón no es un tema de contabilidades, sino de actitudes. Una actitud permanente que no lleva cuenta de las veces que se debe perdonar.
La sugerente parábola del evangelio de hoy (Mateo 18, 21-35) resalta dos cosas. La primera es la dificultad que sentimos para perdonar. El sentimiento de perdón no suele ser el primero que nos sale cuando nos ofenden, todo lo contrario, instintivamente lo que predomina es el «ojo por ojo y diente por diente». Nos cuesta perdonar y, según qué cosas, nos cuesta mucho. Nos resistimos a pasar página y a volver a acoger a quien nos ha herido u ofendido.
La segunda cosa que nos pone de manifiesto es que esa dificultad se puede vencer a partir de la experiencia del perdón que nosotros mismos recibimos de Dios. Un perdón muchísimo más generoso e incondicional. Pero ¿tenemos esa conciencia de ser perdonados? Porque esa conciencia pide profundidad de vida y profundidad de mirada sobre la vida; si estamos instalados en el «todo para mí», «todo para mi grupo», «todo vale» o en el «todo da igual» o en el «no pasa nada»
, difícilmente la tendremos.