11 ene 2016

2016 AÑO SANTO DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

Amén de año bisiesto, el 2016 se presenta como el año de Dios. Para comprobarlo, basta con darle la vuelta a los números y aparece, clara y nítida, la palabra Dios. Un año bendecido por Dios. De ahí que su vicario en la tierra, el Papa Francisco, lo haya declarado año santo dedicado a la misericordia, que es el atributo esencial de la divinidad.

A Francisco le llaman ya "el Papa Misericordioso", al igual que a Juan XXI, uno de sus iconos, le llamaban "el Papa Bueno". Y a la misericordia quiere dedicar el año de Dios. Todo un año, para demostrar al mundo y a los propios católicos que la esencia del Evangelio es la misericordia. Y que, si la Iglesia no cumple con ese mandato de su fundador, está traicionando la esencia de su mensaje. Pasar de aduana a hospital de campaña. Y que ese cambio la gente lo palpe, lo toque, lo experimente, lo viva en sus propias carnes.

La misericordia es el secreto del éxito de Francisco, que sabe que algo falla en la institución, cuando es percibida por el mundo y por los propios católicos más como una madrastra que como madre. Y, a lo sumo, como madrastra que también hace obras de caridad, pero sin dejar jamás de querer imponer su doctrina y su forma de ver y de vivir las cosas.

Francisco es una mente que piensa y un corazón que ama. Y que lo demuestra. Por eso, sus palabras y su mera presencia son bálsamo sobre las heridas del mundo. No hay otra clave. La Iglesia no tiene otra password para entrar en el corazón de la humanidad.

"Abramos las ventanas de la Iglesia. Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia", decía Juan XXIII, el Papa Bueno. Cincuenta años después, Francisco, el Misericordioso, quiere abrir ventanas y puertas. De ahí el símbolo de la apertura de la puerta santa de la misericordia. Primero, en Bangui. Después, en Roma y en todas las diócesis del mundo.Porque éste va a ser el primer Año Santo realmente descentralizado. 

La indulgencia plenaria se podrá ganar en cualquier iglesia del mundo. Y hasta los presos podrán hacerlo, simplemente cruzando el umbral de la capilla de su cárcel. Y si no tienen capilla, basta con que crucen el umbral de sus celdas.

Un año jubilar como un faro, que ilumine los dramas del mundo y deje en evidencia las sombras de la propia Iglesia. Un año para los pobres, para aquéllos a los que los Santos Padres llamaban los 'auténticos vicarios de Cristo'.

Para que nadie pueda opacar y silenciar la tragedia del hambre, de la sed o de la explotación de las masas de desheredados y descartados de la Historia. Para gritarle al mundo, con más potencia todavía, que o cuidamos la 'casa común' o le vamos a dejar un mundo invivible a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.

Un año jubilar para acabar de limpiar la Iglesia del polvo que en ella se acumuló después del Concilio. Por miedo al Concilio. Para asumir con lúcida autocrítica que la Iglesia no puede ni debe ser una instancia de poder, un refugio de elegidos, sino un oasis de acogida, solidaridad y misericordia. Una Iglesia samaritana, simplemente samaritana.
Porque, en la misericordia se abrevan las dos almas o las diversas sensibilidades de la Iglesia. 

Si en algo hay continuidad entre el papado de Benedicto y el de Francisco, es en la misericordia. De ella decía el Papa emérito que "es el núcleo central del mensaje evangélico y el nombre mismo de Dios". De la teología del amor de Ratzinger al "Señor que es todo misericordia y pura misericordia" de Bergoglio.

Un año, pues, para demostrar y vivir que la misericordia es el título de los títulos de los seguidores de Jesús. La ley fundamental. Aquélla por la que nos van a examinar al final del camino: "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed..."

Un año de la misericordia para reiterar que la religión no es un problema para la paz en el mundo, sino parte esencial de su solución. Para desautorizar a los que manchan con sus crímenes y tergiversan con sus acciones la esencia de todas las religiones. Porque la máxima ley de todas las religiones es la misericordia. 

La Biblia hebrea instituye el Jubileo en el Levítico y ensalza la misericordia de Yavé en los salmos. El Islam abre cada una de las 114 suras del Corán "en el nombre de Dios clemente y misericordioso". El budismo predica la misericordia con la doctrina de las cuatro moradas divinas: amabilidad, compasión, alegría y ecuanimidad.

Es decir, todas las religiones, bien interpretadas, colocan la misericordia en el centro de su credo. Incluso para los no creyentes, la misericordia forma parte del imperativo categórico kantiano de "tratar siempre a los demás como fin y no como medio". Un año para que todos, ateos y creyentes, podamos ‘misericordear’. Con la guía del Papa de la misericordia... y en el año de Dios.
  JOSÉ MANUEL VIDAL