El primer domingo de Cuaresma es conocido
como “de las tentaciones”. Nos
encontramos con un rostro de Jesús poco habitual, pero verdadero. Jesús acaba
de ser bautizado en el Jordán, donde –contemplando el cielo abierto- ha
escuchado la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
(Mateo 3,17).
Después esta declaración de amor del Padre
por Él, Jesús es conducido por el Espíritu Santo al desierto donde le
responderá con una triple declaración de fidelidad.
Jesús sabe bien que el desierto, en la
Biblia, es el lugar de la soledad, del hambre, donde hay una sensación de
pérdida, en contraposición con aquel mundo maravilloso que Dios quería como un
jardín, como un lugar de encuentro y de diálogo con el hombre. Jesús es el
jardín del Padre, la humanidad nueva para un mundo renovado, y desea realizarlo
a través de los 40 días de desierto invitándonos a cada uno de nosotros a
seguirlo.