En el tiempo de Cuaresma también hay un momento de alegría que se corresponde con el cuarto domingo llamado de Laetare, porque esa es la palabra en latín con la que da comienzo la antífona del principio de la misa: «Laetare, Ierusalem», imperativo que puede traducirse como «Alégrate, Jerusalén».
La Iglesia se permite este domingo una breve alegría en el carácter sobrio que marca todas las celebraciones durante la Cuaresma. La mayor expresión de este regocijo es el color rosado con que se reviste, aliviando de este modo la seriedad que impone el morado penitencial del ciclo cuaresmal.

Jesús es la Luz del mundo y su obra consiste en iluminar los corazones de los hombres para que conozcamos al Padre. Esto es necesario por la incapacidad del hombre para ver por sí mismo cuál es la verdad y por el estado de tinieblas y ceguera en el que se encuentra y que hace imprescindible la labor de Cristo como "Luz".