29 nov 2020

25 nov 2020

REFLEXIÓN DE ADVIENTO

Al comenzar el año litúrgico de la Iglesia con el primer domingo de Adviento, conviene hacer una pausa y considerar la importancia de este tiempo de preparación y espera vigilante.

La palabra adviento, como ya sabemos, viene del latín y significa "venida" o "llegada". ¿Cuál es la llegada que estamos esperando? Como muchas veces nos han explicado: "El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para la Navidad, en la que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios; y es, también, el tiempo en el que- por este recuerdo- se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por lo tanto, el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre.” 

Este no es un tiempo de penitencia; más bien, una época de gozosa esperanza, un tiempo de preparación, renovación y espera. No se trata de una preparación para el nacimiento de Cristo en la Navidad, sino de Cristo que continuamente está naciendo entre nosotros y quien, cada vez más, va transformando a la Iglesia en su cuerpo en el mundo.

En el otoño del año, mientras el mundo se oscurece, la Iglesia es llamada a reunirse y, tranquilamente, aguardar en la esperanza de la venida de Cristo, su esposo, la Luz del mundo.

¿Está nuestra esperanza realmente puesta en Cristo? ¿Nos permitimos a nosotros mismos esperar en silencio y reflexionar sobre el gran misterio de la salvación? ¿Hemos sido transformados por nuestra reflexión sobre este misterio para vivir de manera diferente mientras profundizamos en nuestra relación con Cristo resucitado?

En la oscuridad, vigilamos por la venida del Señor. No permitamos que nuestras ocupaciones nos distraigan de eso, para que no seamos sorprendidos como las vírgenes necias en el Evangelio de Mateo. La temporada nos llama a estar atentos a nuestros preparativos para el último día y atentos a la calidad de nuestra vida en unión con Cristo.

22 nov 2020

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Celebrar a Jesucristo, Rey y Señor del universo, el último domingo del Tiempo Ordinario nos puede ayudar a profundizar en el significado del devaluado título y en el decisivo llamado a la fidelidad en el trabajo por su Reino. El texto del Evangelio que escuchamos anuncia que el Rey está presente verdaderamente en la persona del hambriento, el sediento, el sin techo, el preso, el enfermo, el inmigrante forastero… Habla de un juicio a quienes creyeron o no creyeron en Él. Las preguntas fundamentales versan sobre el aprovechamiento de la vida en el amor al necesitado. Es el momento de la verdad y del discernimiento definitivo, la hora del juicio sobre la aceptación existencial del proyecto del Reino.

Lo sorprendente en el relato de Mateo es que ninguno de los dos grupos se da cuenta de que, al responder a las seis necesidades, lo hacían o negaban al mismo Dios. Ambos se hacen la misma pregunta: “¿Cuándo te vimos…?” Esto significa que no son obras extraordinarias las que decidirán si Dios es nuestro porvenir. En las cosas normales de la vida sencilla es donde nos jugamos el futuro y la compañía de Dios. Descubrirlo y creerlo es dar sentido y contenido a la vida. Es permitir que el Rey reine de verdad. Es hacer realidad el Reino de Dios en las mañanas, tardes y noches de cada día. Jamás nos vamos a equivocar cuando acudimos a socorrer la necesidad del otro. ¿Hay mejor forma de vivir la fidelidad para el cristiano y el hombre de buena voluntad?

Terminamos el Año Litúrgico. El nuevo inicia el próximo domingo con el Tiempo de Adviento. Iniciamos otro recorrido en el Misterio de Jesucristo, nuestro Salvador, con los retos propios de un mundo que tiene la tentación de creer en reyes y señores desechables.

9 nov 2020

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

A partir del histórico Edicto de Milán del año 313, con la paz constantiniana comenzaba para la Iglesia una era de bonanza tras las terribles persecuciones que habían precedido. Una de los favores que la Iglesia recibió del emperador Constantino, hijo de Santa Elena fue la donación del palacio de Letrán, que se constituyó en sede apostólica.

A través de los siglos, la vida cristiana de la Urbe ha estado unida a la basílica de Letrán, inicialmente dedicada al Salvador del mundo, y, en tiempos de San Gregorio Magno (540-604), a los santos Juanes del Evangelio: Juan Bautista y Juan Evangelista. De ahí el nombre popular de »San Juan de Letrán». En Letrán estuvo inicialmente la Cátedra de Pedro en Roma. En Letrán se celebraron cinco concilios ecuménicos. En 1300, el papa Bonifacio VIII proclamaba en Letrán el primer Año Santo del cristianismo. En Letrán recibió Inocencio III a los grandes fundadores Francisco de Asís y Domingo de Guzmán y aprobó las órdenes de los Menores y de los Predicadores, que según sueños del Papa, serían las fuerzas espirituales que fortalecerían la situación debilitada de la basílica de Letrán, símbolo de la Iglesia. La indiscutible preeminencia de Letrán en la vida eclesial duró hasta que el papa francés Clemente V trasladó la sede pontificia a Aviñón en 1309. Allí permanecerían los papas hasta 1378, en que Gregorio XI, siguiendo los consejos de Santa Catalina de Siena, volvió a Roma. Haciéndose eco del sentir de los cristianos de Roma —y del mundo—, Petrarca escribía al papa Clemente VI en 1350: Padre misericordioso, ¿con qué tranquilidad puedes dormir blandamente en las riberas del Ródano, bajo el artesonado de tus doradas habitaciones, mientras que Letrán se está desmoronando, y la madre de todas las iglesias, carente de techumbre, está a merced de lluvias y vendavales?

Los visitantes y peregrinos que llegan a Letrán, pueden leer en el frontispicio de la gran basílica: Por derecho papal e imperial, se ordenó que yo fuera la madre de todas las iglesias. Cuando se terminó mi construcción, determinaron dedicarme al Divino Salvador, dador del reino celestial. Por nuestra parte, oh Cristo, a ti nos dirigimos con humilde súplica para pedirte que de este templo ilustre hagas tu residencia gloriosa.

Celebrar la dedicación de la iglesia madre de todas las iglesias es una invitación a los cristianos de la Iglesia universal a vivir la unidad de fe y de amor, para ser piedras vivas en la construcción de la Jerusalén celeste, la Iglesia sin mancha ni arruga, cuyo templo, altar y víctima es Jesucristo, el Cordero inmaculado.

8 nov 2020

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Las lecturas de hoy hablan de la sabiduría que Dios nos ofrece. Una sabiduría que no tiene que ver con conocimientos, sino con «saberse situar» en la vida. Un «saberse situar» que tiene que ver con la recta comprensión de quién es Dios y de quiénes somos nosotros. Al respecto se nos dan algunas pistas. Es situarnos en búsqueda con el deseo de aprender y con la actitud abierta para acoger cada día la novedad y la llamada de Dios.

El sabio es el que sabe, antes que nada, que le queda mucho por aprender. Es situarnos más allá de la evidencia del cada día, sabiendo que la palabra de Dios es la palabra definitiva y que la última palabra sobre la vida humana no es la palabra de la muerte, sino la palabra del encuentro de Vida con Dios.

El sabio es el que sabe que su palabra no es la última. Es situarnos en espera activa, una espera alimentada de deseo y de compromiso, que no consiente la desidia ni la indiferencia. El sabio es el que sabe que el compromiso del día a día es el que nos incluye en la promesa de futuro.

2 nov 2020

HORARIO DE INVIERNO

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CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Noviembre, mes de las hojas caídas, de los días cortos y del invierno en puertas; mes de los difuntos, que cobra para los creyentes, de manera paradójica, un aspecto pascual y luminoso, el mismo que llena de resplandores a la muerte cristiana.

En la Conmemoración de los Fieles Difuntos, recordamos a nuestros hermanos creyentes que nos han precedido en este mundo y duermen ya el sueño de la paz. Es un día propicio para rezar por ellos. Así, mediante la comunión entre todos los miembros de la Iglesia, mientras se implora para los difuntos el auxilio espiritual, se brinda a los vivos el consuelo de la esperanza.

Esta conmemoración nos hace reflexionar también sobre el sentido de la vida y de la muerte. El cristiano no se muere, en sentido pasivo, y con su muerte acaba todo, sino que muere, es decir, entrega su alma al Creador, después de haber vivido en busca de una vida plena.

1 nov 2020

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

El día de Todos los Santos celebramos que innumerables hombres y mujeres han entrado en una vía de salvación y sentido de la vida, porque el libro de la vida ha sido abierto y leído por Jesucristo, que ha dado nuevo rumbo a la existencia. Él, el Cordero, ha abierto camino con las Bienaventuranzas y, entregando su vida hasta la muerte, ha triunfado resucitando y uniéndonos a su triunfo. A lo largo del año litúrgico la Iglesia conmemora a numerosos santos de toda época y condición, pero son muchos más los que no han sido beatificados o canonizados por ella, e innumerables los que han sido admitidos a contemplar la luz del rostro de Dios,
cuyos nombres -tal vez- son desconocidos para nosotros. En este día, pues, celebramos la memoria de todos estos hombres y mujeres que gozan para siempre de la bienaventuranza y acudimos confiados a su poderosa intercesión ante Dios, al tiempo que recordamos que -también- nosotros estamos llamados a la santidad que ellos han alcanzado.