Noviembre, mes de las hojas caídas, de los días cortos y del invierno en puertas; mes de los difuntos, que cobra para los creyentes, de manera paradójica, un aspecto pascual y luminoso, el mismo que llena de resplandores a la muerte cristiana.
En la Conmemoración de los Fieles Difuntos, recordamos a nuestros hermanos creyentes que nos han precedido en este mundo y duermen ya el sueño de la paz. Es un día propicio para rezar por ellos. Así, mediante la comunión entre todos los miembros de la Iglesia, mientras se implora para los difuntos el auxilio espiritual, se brinda a los vivos el consuelo de la esperanza.
Esta conmemoración nos hace reflexionar también sobre el sentido de la vida y de la muerte. El cristiano no se muere, en sentido pasivo, y con su muerte acaba todo, sino que muere, es decir, entrega su alma al Creador, después de haber vivido en busca de una vida plena.