El día de Todos los Santos celebramos que innumerables hombres y mujeres han entrado en una vía de salvación y sentido de la vida, porque el libro de la vida ha sido abierto y leído por Jesucristo, que ha dado nuevo rumbo a la existencia. Él, el Cordero, ha abierto camino con las Bienaventuranzas y, entregando su vida hasta la muerte, ha triunfado resucitando y uniéndonos a su triunfo. A lo largo del año litúrgico la Iglesia conmemora a numerosos santos de toda época y condición, pero son muchos más los que no han sido beatificados o canonizados por ella, e innumerables los que han sido admitidos a contemplar la luz del rostro de Dios,
cuyos nombres -tal vez- son desconocidos para nosotros. En este día, pues, celebramos la memoria de todos estos hombres y mujeres que gozan para siempre de la bienaventuranza y acudimos confiados a su poderosa intercesión ante Dios, al tiempo que recordamos que -también- nosotros estamos llamados a la santidad que ellos han alcanzado.