En 1760, el papa Clemente XIII (el mismo que suprimió a los
jesuitas) proclamó a la Inmaculada como “Patrona Universal de los
Reinos de España e Indias”, mediante la bula Quantum Ornamenti.
Carlos III instauró en 1771 la Orden que lleva su nombre y
la puso bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, de la que el monarca
era devoto en agradecimiento al nacimiento del primer hijo del príncipe de
Asturias. El color de la vestimenta de la Orden es el azul y
las insignias (medallas y placas) llevan un grabado de la Inmaculada. Entre los
deberes de los caballeros estaban su compromiso de defender el Misterio de la
Inmaculada y comulgar en el día de esta fiesta o en su víspera. Estas
obligaciones espirituales se suprimieron en 1847, cuando se reservó para
premiar servicios al Estado.
El esfuerzo español tuvo su recompensa y el papa Pío
IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción mediante la bula Ineffabilis Deus. En ella no se mencionaba a
España, pero el pontífice dio muestras de agradecimiento en los años
siguientes. Por ejemplo, el 8 de diciembre de 1857, en la inauguración de un
monumento a la Inmaculada en la Plaza de España, donde se halla la embajada española desde hace siglos, al bendecir la
imagen, Pío IX declaró:
“Fue España la nación que trabajó más que ninguna otra para que amaneciera
el día de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen
María”.
En 1864, el mismo papa concedió
el “privilegio español”. Aunque el tiempo litúrgico es el
Adviento y a éste corresponde el color morado, que indica penitencia y el deseo
por encontrar a Jesús, con la excepción del tercer domingo, en que se permiten
ornamentos rosas, los sacerdotes en España y sus antiguas provincias de
Ultramar podrán oficiar vestidos de azul (el color de la Virgen, tal como se
aprecia en infinidad de cuadros), en la fiesta de la Inmaculada y en su octava
(los ocho días posteriores). También podrán usar vestiduras azules en todos los
sábados en que se permitan las misas votivas de la Santísima Virgen.
Desde entonces, los españoles
han seguido dando muestras de su acendrado carácter mariano. En 1892, la
Inmaculada se convirtió en patrona del Arma de Infantería española debido
al milagro de Empel, ocurrido en Flandes en 1585.
En su primera visita a España,
Juan Pablo II alabó el compromiso de los españoles con la Virgen María:
“El amor Mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad; y ha
impulsado a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida
de la grandeza de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción”.
Pedro
Fernández Barbadillo